Sábado 21 de Julio de 2012 -
01:18 AM
Épica y Amistad
Publicada por Juan Carlos Pino Correa
El Liberal de Popoyán
Catedral de Popayán
COFRADÍA/Son varios los días que llevo sin escuchar el sonido de los helicópteros rumbo a alguno de los municipios caucanos. Son varios los días en que, al poner la cabeza sobre la almohada, no tengo que preguntarme “¿y ahora dónde es el ataque?, ¿y ahora cuántos muertos? Son varios los días en que la tensión, la zozobra y la desesperanza me han dado un respiro. Lástima que para ello haya tenido que salir del país.
Anoche me dormí pensando en otra cosa: en una historia de épica y de amistad,
en una historia de travesía, de entereza y de fortaleza física y mental. Una
historia de noche y oscuridad, pero sin miedo. Una historia de alegría y de
re-conocimiento. Había conocido en Almadenejos a Juan y a Ricardo, dos
profesores castellano-manchegos que decidieron hacer un recorrido en bicicleta
por Castilla La Mancha. Un recorrido a cuarenta grados bajo el sol calcinante de
verano. Guadalupe, Blas, Miguel y yo, habíamos ido a comer con ellos en un acto
de amistad con los aventureros. Después de mil doscientos kilómetros estaban
molidos, literalmente, pero se los veía felices por todo lo que habían conocido
en esta tierra entrañable. Conversamos y quedamos de encontrarnos a las nueve de
la tarde en un pequeño caserío llamado Veredas.
Nosotros nos fuimos a Almadén, una población declarada la semana pasada por
la Unesco como patrimonio de la humanidad por su historia y tradición minera:
todo el mercurio que se usó en el procesamiento del oro y la plata de América
durante la Conquista y la Colonia se extraía de ahí. Y luego nos volvimos en
busca del reencuentro. Pero nunca llegaron. Encontramos, sí, a Omar, que había
quedado en unírseles durante las últimas dos jornadas de pedaleo. Ni siquiera
tuvimos tiempo de lamentar la vuelta absurda que hicimos en la ruta
Almadén-Veredas, cuando con un buen mapa podríamos habernos ahorrado cien
kilómetros. No lo lamentamos porque Juan y Ricardo no aparecían, pese al GPS y a
los teléfonos móviles. Nos volvimos por una ruta secundaria y en vez de
hallarlos a ellos encontramos a un ciervo caminando tranquilo por la vía. Y
entonces detuvimos el coche y nos bajamos a contemplar el esplendor de la noche
manchega. Yo pensé, entonces, en la alegría de estas cosas que en Colombia no
las tenemos porque los violentos nos las han hurtado vilmente. Luego deshicimos
el camino y cuando la tecnología sirvió para algo supimos dónde estaban. Y allí
los encontramos, en plena oscuridad del Valle de Alcudia.
Habían aparcado la bicicleta a la vera del camino, como niños extraviados. A
la alegría del encuentro le siguió un pedaleo de seis kilómetros —¡a la una de
la mañana!— hasta encontrar La Bienvenida, un pequeño poblado habitado a esa
hora sólo por una pareja de adultos mayores que fueron testigos asombrados de la
entrada de la pequeña caravana.
Allí se quedaron los aventureros a pernoctar, ondeando con su espíritu
quijotesco esta bella historia de épica y de amistad en las tierras de La
Mancha.
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